¿Por qué nos asusta algo que sabemos que no existe?
4/17/20256 min read
¿Por qué al leer un libro o ver una película de terror, nos da miedo algo que sabemos que no existe? Porque, aunque usted no lo crea, en realidad, en el fondo, no lo sabemos, pero hay más...
Hace poco escuchaba un video muy recomendable, el inicio de una serie sobre filosofía del terror, en el canal "El librero de Jude" (https://www.youtube.com/watch?v=RNHOdBb8soA), y recomendaron un libro que me llamó la atención ("Filosofía del terror o paradojas del corazón", de Noël Carroll). El autor plantea dos preguntas iniciales que me parecieron super interesantes, especialmente la primera. Decidí arriesgar un ensayo de respuesta antes de seguir leyendo el libro y descubrir cuál es su respuesta. ¿Por qué nos da miedo algo que sabemos que no existe?
(La segunda pregunta es ¿por qué buscamos el miedo si es algo desagradable? Hablaré luego de ello.)
¿Por qué nos da miedo algo que sabemos que no existe? Simple y sencillamente, porque, en realidad, no lo sabemos.
John Nash fue un famoso matemático, representado en la película "Una mente brillante", que hizo aportes muy interesantes a la teoría de juegos sobre el tema de la cooperación. También sufría de alucinaciones y delirios. Cuentan que en una ocasión le preguntaron cómo era posible que alguien tan brillante como él hubiera creído en sus ideas delirantes. Él respondió que creía en ellos porque venían del mismo sitio en su mente de donde venían las ideas brillantes con las que trabajaba.
"¿Qué es lo real?": como diría Morfeo en "Matrix I" y también el Don Juan de Carlos Castaneda en "Viaje a Ixtlán". Desde hace tiempo sabemos, o deberíamos saber, que no conocemos la realidad, sino solo la interpretación que nuestra mente hace de los datos que los sentidos le proporcionan. Por ponernos más filosóficos, Kant decía que solo conocemos de la realidad lo que ponemos en ella, aunque él se refería al tiempo y al espacio. Tal vez fuera algo todavía más básico; hasta esas categorías han sido cuestionadas y ya no es tan fácil defenderlas. Este desconocimiento de la realidad se ha pensado desde hace mucho tiempo: para los hindúes el velo de maya es la ilusión que oculta la realidad; para los epistemólogos occidentales, se necesita una garantía de que percibimos la realidad. Dicha garantía puede ser Dios o un acuerdo social o una efectividad práctica, por ejemplo. Cada vez es más difícil hallar esa garantía y creer en ella como algo sólido.
Si no conocemos la realidad tal y como es, sino solo la interpretación que nuestra mente hace de los estímulos sensoriales que recibimos de ella, entonces en el fondo nunca podemos estar seguros de que lo que nos da miedo no existe, porque el miedo a lo que vemos en esas obras de horror, como el delirio de Nash, proviene del mismo sitio de donde vienen todas nuestras demás ideas, sentimientos, emociones; todo.
Hesíodo hablaba hace ya unos dos mil setecientos años de las musas que podían decir tanto verdades como mentiras con apariencia de verdad, pero nunca dijo que podían decir mentiras con apariencia de mentiras, porque, considero, el lenguaje dota a todo con, al menos, una apariencia de verdad.
Se ha dicho mucho que la mente no distingue entre realidad y fantasía, no en el fondo. Ya teorizaba Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, que en el inconsciente no hay signo de realidad. Eso le permitía decir también cosas como que en el inconsciente todos hemos asesinado al padre. Eso recuerda también lo que decía Jesús, si no mal recuerdo: quien ha deseado la muerte de alguien es como si ya lo hubiera matado en su corazón. Es decir, no es tan sencillo distinguir entre aquello que llamamos imaginación y aquello que llamamos realidad.
"Si pienso que fui hecho para soñar al sol y para decir cosas que despierten amor, ¿cómo es posible, entonces, que duerma entre saltos de angustia y horror?" Esto dice Silvio Rodríguez en su canción "Sueño de una noche de verano".
Para avanzar un poco más en estas reflexiones, diré que la respuesta a nuestra pregunta inicial, ¿por qué nos da miedo algo que sabemos que no existe?, no se puede hallar solo en el hecho de que la mente no distingue entre realidad y fantasía. Esto es solo una de las condiciones sin las cuales no se podría dar ese fenómeno, pero hay más: los elementos de las historias de terror representan figuradamente nuestros miedos más profundos. Nuestra mente se conecta con ellos a un nivel experiencial profundo.
Bruno Bettelheim contaba en su libro "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" que un niño decía que sabía que los gigantes no existían, pero lo que sí que existía eran los adultos que eran como gigantes.
Una pequeña anécdota mía: después de ver la película "El aro" tuve pesadillas recurrentes durante un buen tiempo acerca de una niña que me perseguía. En mi análisis pude descubrir un sentimiento inconsciente de culpa que tenía hacia alguien de mi pasado y pude ubicar ahí la fuente de contenido y de energía que se habían vehiculizado en la forma de la niña de la película para expresarse y atormentarme en mis sueños. El sentimiento de culpa inconsciente me causaba un miedo, inconsciente también, de ser castigado por ella. Una vez analizado eso, las pesadillas desaparecieron; pude sanar ese trauma.
Puesto de manera muy simple, cuando hablamos de vampiros estamos hablando metafóricamente de seres que drenan la energía de otros; cuando hablamos de hombres lobo, de seres que son dominados por su lado animal; cuando hablamos de zombies, de seres que son descerebrados; cuando hablamos de demonios, de esas partes ocultas y supuestamente malvadas de nosotros mismos. En fin, las obras de terror utilizan elementos culturales a nuestro alcance para expresar de manera figurada esos miedos; el inconsciente solamente puede expresarse mediante esas metaforizaciones. La parte supuestamente malvada de nosotros puede ser representada por esas figuras u otras, como asesinos seriales, torturadores, gobernantes sádicos, ricos desalmados, dependiendo de nuestra cultura y de los rasgos predominantes en nuestras fantasías inconscientes. Hoy en día, por ejemplo, los alienígenas y las inteligencias artificiales representan algunos de esos aspectos.
En su libro "Historia y trauma", Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, psicoanalistas franceses, cuentan que en una ocasión, justo antes de un viaje que iban a realizar en familia, a ella le descubrieron una condición médica que podía poner en peligro su vida y que necesitaba hacerse estudios para descartar esa posibilidad. Como ya no había tiempo, decidieron irse y al regreso hacerse los estudios. Durante el viaje, uno de sus hijos pequeños, a quienes no les habían dicho la noticia, empezó a tener terrores nocturnos. Decidieron, entonces, explicarle la situación en lenguaje adecuado a su edad y haciéndole saber que él no había causado eso ni era su responsabilidad resolverlo. Con eso, desaparecieron los terrores, pero además el niño pudo darse cuenta de que había percibido de alguna manera el miedo de sus padres y como no podía entenderlo su mente empezó a generar imágenes, como un intento de darle forma a eso que sentía.
Así nos pasa a todos: creemos que conocemos la realidad, porque nos parece evidente y rara vez llegamos a la conciencia de que solo conocemos una descripción que se apoya sobre unos pocos puntos sólidos. Este conocimiento parece natural y raramente se cuestiona. Al tener emociones y sentimientos que tienen su origen en esa descripción, tendemos a creer que están necesaria y sólidamente fundamentados en la realidad. Por eso, una parte profunda de nuestra mente no distingue entre miedo a algo real y miedo a algo irreal. A final de cuentas el miedo siempre es real, siempre lo sentimos. ¿Cómo podría, entonces, no ser real lo que nos lo causa? Otras partes de nuestra mente, más racionales, saben que esto no es así, pero con un conocimiento más superficial y eso no alcanza a eliminar esa otra sensación más profunda que tiende a hacernos sentir lo que nos aterra como si fuera real.
Regreso a anécdotas personales: desde niño quise ser escritor y ahora -desde hace algunos años-, por fin, me estoy atreviendo a realizar ese sueño. Al escribir me gustaría poder sostener un canto de esperanza y de amor. Y lo hago también, pero muchas veces lo que sale de mí son microrrelatos y cuentos de terror, perturbadores. O que al menos a mí me perturban. ¿De dónde me sale ese horror? De las angustias fuertes que he vivido y que me han llevado por el camino del psicoanálisis, de la filosofía, de la meditación, entre otras, como formas de buscar mi sanación. Con el paso del tiempo y con ese trabajo personal, he podido descubrir las fuentes de la mayoría de esas angustias, que se han podido ir expresando en forma de relatos. Todo esto es parte del poder sanador del arte, de la literatura, de la literatura de horror en específico.
La escritura tiene un enorme potencial sanador, porque de manera metafórica refleja lo que sentimos y lo toma como una realidad, posibilitando así jugar con las posibilidades reales de manipulación de una experiencia, permitiéndonos resignificarla, transformarla. Y una vez que eso se logra, el efecto sanador es claramente visible, a veces incluso muy sorprendente.
Seguiré analizándome, seguiré escribiendo para darle forma a mis monstruos internos, seguiré compartiéndolos con ustedes para ver si les resuenan, si les ayudan a darle forma a sus propios monstruos internos inconscientes, seguiré reflexionando sobre estos y otros temas.
Gracias por leerme.