Mis manos sobre el volante
Carlos Conde
9/15/20256 min read
Mis manos sobre el volante
No puedo creer que se pareciera tanto a mí, hasta en el tamaño de las manos.
“Jefe, si me lo permite, me gustaría cuidar a la niña toda la noche.” “Por supuesto, por supuesto. ¿Sabes?, mi esposa y yo estamos muy agradecidos por la forma en que la has protegido siempre… es decir, en que la protegiste siempre. Ya sabes, tú eres como de la familia, así que no dudes en pedirnos lo que necesites. Una vez que esto acabe, ven a mi oficina para ver en dónde te vamos a reubicar.” “Claro, jefe, muchas gracias.”
Para mí, siempre fue como mi propia hija. Sin criticar a los patrones –nunca me atrevería–, puedo decir que toda su vida se sintió sola, abandonada; tal vez por eso se apegó tanto a mí desde chavita, desde que empecé a cuidarla, cuando tenía apenas unos siete añitos. Claro que nunca hubo demasiado peligro para ella; creo que los padres me contrataron en parte para su protección, sí, pero también para acompañarla cuando ellos no podían estar, es decir, casi todo el tiempo. Tal vez incluso un poco como una señal de distinción, como que era algo necesario en su nivel social. Yo venía muy bien recomendado; me investigaron cuidadosamente antes de confiarme su tesoro más preciado, así me dijeron. Al principio, me quiso mucho, como es normal en una pequeña. Luego, con la adolescencia, se rebeló y me hizo batallar; siempre tratando de escaparse de mi vigilancia, lo que creo que también es normal, pues quería estar a solas con sus amigos y sobre todo, aunque me repateara el hígado, con sus amigos varones; fue una época difícil, pero logré cumplir bien mi trabajo, dándole el mayor espacio posible, pero manteniendo alejados a los patanes, aunque eso a veces me implicara ir un poco más lejos de mis atribuciones, pero ¿quién me lo podría reprochar?
Lo malo vino después, cuando entró a la universidad en esa ciudad lejana y enorme. Los patrones me mandaron con ella. Para entonces, mi esposa ya me había abandonado, por estar dedicado en cuerpo y alma a mi trabajo, dijo, aunque en realidad se refería a mi dedicación a esa muchachita. Tenía razón. En fin, todo se confabuló: el ya no estar casado me permitió irme, pero yo tenía en ese tiempo un aire muy triste; sus papás confiaban totalmente en mí, pues sabían que la quería como si fuera mi propia hija. Ella nunca me vio como figura paterna.
Empezó a recibir maltratos de sus compañeros en la nueva escuela, de esa pinche gente que no era como donde vivíamos antes, que no tenía educación ni modales; yo no podía ya asegurarme de que no la lastimaran, ya que esos cabroncitos no le tenían respeto a nadie. Muchas veces me tocó escucharla llorar en su cuarto, sin poder hacer nada.
Eso no fue lo peor: no sé en qué momento ella me empezó a ver de forma distinta; tal vez fue su soledad y el no tener con quién hablar y el sentirse tan rechazada por sus compañeros, tal vez fue el verme triste y el cariño que me tenía, tal vez fueron las hormonas que a su edad debían estar a flor de piel… el caso es que una noche especialmente triste me confesó, algo ebria, que me amaba, me abrazó, me intentó besar. Nunca me esperé eso y no estaba preparado. Solo pude decirle que yo la quería mucho, pero que siempre la había visto como una hija, como una niñita, que yo no podía faltarle a los patrones… hubiera querido decirle muchas cosas más, pero las palabras no me salían fácilmente. Me partió aún más el corazón verla tan profundamente herida y desesperanzada por mi rechazo, pero no podía hacer otra cosa.
Entonces empezó su etapa autodestructiva. Salía con tipos cada vas más nefastos para restregarme en la cara todo su resentimiento. Hasta que llegó el último; se parecía tanto a mí cuando era joven que la primera vez que lo vi me asusté. Él no se dio cuenta, por supuesto; solo era un junior de una familia peligrosa, metida en cosas chuecas. Lo que sí notó era la aversión que ella me demostraba y pues se ensañó también conmigo. No me molestaba, era solo un escuincle baboso al que podría haber estrangulado con una mano, pero me dolía la forma en la que ella se lastimaba y me dolía aún más el no poder hacer nada. En alguna ocasión intenté decirle a los patrones que ella no era feliz en donde estaba, pero ella les mintió descaradamente y el jefe me regañó y nunca volví a abrir la boca.
Recuerdo esa última noche, cuando ella se me acercó, con la angustia en el rostro; casi una niña todavía. Me dijo que se odiaba y que se había metido con ese tipo y con tantos más porque me odiaba y que odiaba a sus padres que nunca la habían querido y que había creído que yo sí la quería, pero que le había terminado de romper el corazón y que para que se me quitara me acusaría con sus padres de haber abusado de ella, y… bueno, ya no pudo decir nada más. Yo solo quería que no dijera esas cosas tan feas, que no gritara tanto, que no la fueran a escuchar los vecinos; yo solo quería que dejara de sufrir, pero no sabía cómo ayudarla, aunque creo que a final de cuentas lo logré.
Todo lo demás sucedió casi como por inercia.
La policía halló muchísima evidencia: en varias ocasiones recientes el novio la había maltratado en público y golpeado en privado, incluso ella tenía todavía algunos moretones y tenía mucho adn de él en su cuerpo. Se pudo reconstruir que ella le había mandado un mensaje pidiéndole que viniera a verla urgentemente, porque había pasado algo y tenían que hablar, que entrara por la ventana, para que el estúpido de su guardaespaldas no se diera cuenta. Él llegó y pelearon y en la borrachera no se dio cuenta de que la asfixiaba al cubrirle la boca. En eso, el guardaespaldas se asomó, aunque demasiado tarde –pero es que ella le había ordenado, también por mensaje, que fuera a comprar cigarros a la tienda–, y el novio se asustó y salió por la misma ventana, cortándose la mano y dejando más evidencia todavía. El guardaespaldas intentó auxiliarla y llamó a la ambulancia y luego a la Policía. Mientras tanto, varios vecinos vieron al novio salir huyendo por la ventana y luego correr alejándose, dejando algunas gotas de sangre a su paso.
Fue aprehendido y sentenciado rápidamente a muchos años de cárcel, y no es como que no se los mereciera. Siempre se dijo inocente, pero eso lo hacen todos.
El dolor de los patrones fue grande, pero lo sobrellevaron con serenidad, casi demasiada, como hacían con todo; mucha gente de la alta sociedad los acompañó en el velorio y hasta me pareció escuchar que el patrón hablaba ahí mismo de negocios.
Ahora que todo ha concluido y que me toca ser chofer de ella por última vez, conduzco muy lentamente para que la comitiva de la familia y de la gente que dice que siempre la amó pueda ir detrás nuestro.
Mientras manejo, no puedo evitar que algunos pensamientos se me vengan a la mente; casi como que se me imponen, aunque no quisiera pensar en esas cosas. Qué habría pasado si yo hubiera correspondido a su beso, a su amor. No, impensable. No puedo negar que me di cuenta perfectamente de su crecimiento, de que su cuerpo cambiaba, de que sus formas antes infantiles iban convirtiéndose en las de una mujer. No puedo negar que en ocasiones, en sus borracheras o en la simple intimidad de su departamento en el que yo me la pasaba –gajes del oficio– pude ver algo de su piel… más de lo que debería haber visto. No puedo negar tampoco que esas ocasiones me turbaban. No puedo negar haber tenido algunos sueños inapropiados, pero esas cosas no las puede uno controlar del todo. Lo importante es lo que se hace con eso que se siente, aunque a veces sea difícil, aunque a veces hace que el cariño se confunda, que uno ya no sepa bien si es cariño hacia una niña o deseo hacia una mujer. Yo nunca hice nada de lo que pudiera reprocharme, pero ahora no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si lo hubiera hecho; a final de cuentas, ya no era una niña; a final de cuentas, estaba sola; a final de cuentas, estaba muy triste; a final de cuentas, tal vez todavía estaría viva, tal vez no me habría visto obligado a cubrirle la boca con tanta fuerza.
Cuando llegamos por fin al cementerio, no puedo bajarme. Simplemente no puedo dejar de mirar mis manos mientras aprietan el volante.