La última cena

Carlos Conde

9/18/20258 min read

Puede ser que, como dicen algunos chismosos, se haya ido a recorrer el mundo, que se haya suicidado, que sea, como el hijo pródigo, solo un malagradecido que les rompió el corazón a sus padres y hermanas y que aún no se atreve a regresar con la cola entre las patas. En todo caso, no se sabe. La familia nunca explicó qué había pasado, más allá de anunciar que él estaba muerto para ellos. Como era familia poderosa, rica –hasta peligrosa, si se hacía caso a los rumores–, nadie preguntó nada.

Aquel día, como siempre, yo había trabajado mucho limpiando la casa y antes de la cena me dijeron que me podía retirar a mi cuarto. Hay más sirvientas, pero soy en la que confían, la única que vive aquí. Ellos nunca han sabido que en esa construcción vieja un conducto de ventilación me permite escuchar, aunque de manera apagada, lo que sucede en el comedor. Así me enteraba yo de muchas cosas, pero nunca participé en los chismes de la servidumbre, en parte porque no quería que me cacharan y me corrieran, y en parte porque les tenía afecto a los patrones. Eran duros y exigentes, pero me pagaban bien y, sobre todo, nunca me trataban mal; hasta en ocasiones llegaban a ser levemente afectuosos conmigo.

Aquella noche yo estaba muy cansada, pero también tenía curiosidad: sabía que la cena era importante, que tenían asuntos delicados que hablar con el hijo. Él era el menor, después de dos hermanas, pero era a quien se consideraba heredero de las empresas familiares. Se esperaba que se hiciera cargo de todo y que ellas lo asistieran. Habían resentido un poco ese trato, pero no demasiado; tal vez incluso solo habían fingido que les molestaba y en realidad se sentían aliviadas de que la responsabilidad no recayera sobre ellas, de tener sobre quien echar las culpas si algo salía mal. No era la primera vez que lo hacían.

Yo le tenía un especial cariño, claro, al patroncito, que era un joven muy amable y apuesto. Jamás me maltrató. Ni siquiera cuando le dije que estaba embarazada, gracias a las visitas nocturnas que me hacía en mi cuartito. Ni siquiera me hizo la cruel pregunta de si era suyo. Me dio dinero, se ofreció a acompañarme; le dije que no, que prefería ir sola, pero en realidad no quería que nadie lo fuera a ver en ese asunto tan escabroso. Ellos viven en un mundo en que un mal chisme puede causarles mucho daño. Desde la primera noche en que se presentó en mi habitación, lo recibí muy bien; yo era una mujer mayor, aunque aún era joven; él estaba recién saliendo de la adolescencia, recién haciéndose hombre, proceso en el que yo lo ayudé lo mejor que pude, con bastante placer también para mí, ¿por qué no decirlo? Fingió haber ido a pedirme algo porque tenía hambre, pero yo entendí muy bien qué antojo tenía y le ayudé a satisfacerlo con mucha ternura y enseñándole lo que necesitaba aprender. Esas visitas continuaron todo el tiempo que vivió ahí, aun cuando tenía sus novias, aun cuando se fue a una universidad lejana, siempre que regresaba. Yo sabía que él podía acceder a mujeres mucho más bellas y jóvenes que yo, pero creo que siempre fui un poco como una figura materna para él, como una mamá tierna que le daba un tipo de amor que nadie más le había dado ni le podría dar nunca. Nunca le pedí nada, nunca esperé nada; era feliz con lo que tenía, con verlo y sentirlo crecer hasta que estuviera listo para volar del nido. Creo que algo que jamás se perderá es el hecho, irrevocable y desconocido para todos, de que suceda lo que suceda, él siempre será parte de mí y yo siempre seré parte de él, siempre tendremos un vínculo muy poderoso, podría decir que mi cuerpo y mi vida siempre serán un poco suyos, y los suyos siempre serán un poco míos.

Escucharé solo un poco, solo para enterarme de lo que le van a decir, solo hasta que me venza el sueño, me dije. No me pude separar de la ventila hasta que todo terminó, hasta que el horror pasó, hasta que tomé mi decisión. Luego poco a poco fui obteniendo la serenidad de quien ha decidido lo que tiene que hacer.

Lo regañaron por su forma de beber, pero yo sabía que para ese entonces ya no lo hacía. Era su forma de intentar hacerlo sentir culpable para suavizarlo ante lo que se venía. Él escuchó en silencio, no sé si aceptando las acusaciones o solo dándoles el avión. Luego le dijeron que ya era hora de se hiciera responsable, de que se hiciera cargo del imperio familiar, que tenía que cortar con su noviecita y empezar a cortejar a la chica que habían elegido para él, que todo estaba acordado con su papá, que eso incrementaría mucho su fortuna y su poder, que una vez ocupando su posición seguiría los valores de la familia, apoyando y financiando a los políticos que los representaban, destruyendo a quienes se guiaban por valores opuestos; en fin.

Él esperó a que hubieran terminado de darles todas las instrucciones y contestó con un simple “no”. “Si gustan, les puedo dar mis razones; o no, como ustedes prefieran. He meditado mucho esto y he tomado mi decisión: si me desheredan, si me desconocen, no me importa… No lo haré; me iré a vivir mi vida.” Claro que el corazón se me heló un poco al escucharlo hablar así, pero al mismo tiempo me sentí profundamente orgullosa. No creo que su decisión se debiera a su novia del momento; la quería, pero no demasiado; más bien era algo que había decidido por sí mismo. Incluso me atrevo a pensar que tal vez el defenderse así podía haberle surgido gracias al amor que yo le había dado, gracias a que, por mí, sabía que podía haber placer y dulzura en la vida. Quizá solo me doy demasiado mérito, pero cómo se lo podría reprochar a una mujer madura, casi vieja, que ya solo vivía para él.

Casi con fastidio, el padre le preguntó sus razones.

“De acuerdo. Siempre he intentado no ser grosero con ustedes, a pesar de no estar de acuerdo con casi nada de lo que hacen, y espero en esta ocasión poder mantenerme sereno, pero si no lo logro me disculpo de antemano. Supongo que para ustedes el que seamos familia de sangre es señal de que Dios o el Universo o algo igual de etéreo ha decidido que estemos unidos por un vínculo especial e irrompible, que hace que nos aguantemos todo unos a otros –incluso las cosas más viles–, porque somos familia, lo que significa también que siempre deberíamos apoyarnos, por más aberrantes que sean las cosas que hagamos… Ahora que lo pienso, creo que yo he pecado de hipocresía por no decir esto antes, así que gracias por darme la oportunidad. Para mí no es así, para mí, que no creo en Dios ni en el Universo ni en nada así, el hecho de que seamos familia no significa nada más que un simple accidente del destino. Podríamos haber sido una familia, sí, podría haberlos sentido a ustedes como seres queridos si me hubieran tratado con amor y con respeto a mis decisiones, pero no hubo ni una cosa ni la otra; su trato siempre ha sido frío y distante y, más aún, impositivo: si yo no decía y hacía lo que ustedes querían, me rechazaban y castigaban de muchas formas, sutiles y no tanto; en cuanto al respeto a mis decisiones, ni de chiste: para ustedes, todo tiene que ser a su manera, cuadrada y, además, dañina para mucha gente. Me fui dando cuenta de todo esto poco a poco y por eso elegí un camino provisional que me permitiera defender lo más posible mi libertad y mi propio aprendizaje, mientras alcanzaba la posibilidad de irme de aquí y de vivir tal como yo quisiera. Creo que en esto también he sido un poco hipócrita y autocomplaciente, puesto que en realidad podría haberme ido ya desde hace algún tiempo, pero creo que me quedé por comodidad y por costumbre, tal vez hasta por un poco de hambre de afecto, o por alguna otra razón, no lo sé… (Temblé un momento, pensando en que podría hablar de mí, pero no; fue muy prudente)… en todo caso, me perdono esta debilidad, porque a final de cuentas solo soy humano. El chiste es que aprendí a darles el avión, a no tomarlos en serio, sino más bien fingir que estaba de acuerdo con ustedes y con sus planes para mí. Pero creo que ya se acabó, llegó el momento en que todos debemos mostrar nuestras cartas, así que aquí están las mías: no deseo ser como ustedes, no deseo ser parte de esta familia; podría ser, si creyera yo que ustedes tienen la más mínima posibilidad de cambiar de rumbo, pero he visto lo suficiente para saber que eso no va a pasar; no deseo tomar el control de la compañía, perdón, del imperio familiar, no deseo nada de lo que ustedes desean para mí o, mejor dicho, de lo que desean de mí. He ahorrado un poco, así que puedo mantenerme por un tiempo, mientras me labro mi propio camino, así que, si quieren desheredarme pues adelante, no hay problema. Me he preparado mucho para este momento de, por fin, liberación. Ha sido un viaje muy interesante este que hemos compartido, y eso se los agradezco, pero ahora es mi hora de dejarlos atrás con sus mezquindades y seguir adelante con mi vida.”

Eso fue todo lo que dijo. Por un tiempo solo hubo silencio, y luego todo sucedió muy rápido… los sonidos ahogados que me llegaban no me permitieron comprender en un primer momento a ciencia cierta lo que pasó. Se oyeron movimientos de muebles, de sillas, yo creo, algún golpe y algunos quejidos ahogados de diferentes voces, tal vez incluso forcejeos. Por fin, se escuchó al padre decir: todos saben lo que tienen que hacer; y luego los pasos de todos saliendo del salón. No me atreví a salir de mi cuarto, sino hasta un rato después, con mi coartada preparada: había olvidado limpiar una mancha en el piso de la alfombra y quise hacerlo en ese momento ya que en la mañana no me daría tiempo antes del desayuno, pero no fue necesario: no hallé a nadie en los pasillos de la casa ni en el comedor y los únicos indicios que vi fueron algunos rayones en la mesa, las sillas abandonadas en posiciones raras, incluso una volcada, un par de gotas de sangre en la alfombra y ya. Regresé a mi cuarto y traté de dormir, pero no pude.

Al día siguiente, él ya no estaba. Dijeron que había decidido irse a viajar por el mundo, tras una pelea, que había sido una decepción para ellos que le habían dado todo, pero que así son de ingratos a veces los hijos. Que la vida seguía.

Lo más raro de todo es que no se despidiera de mí, que nunca me escribiera. No es que me hiciera ilusiones de algo con él. No, sé y siempre supe que él seguiría con su vida y yo me quedaría atrás, pero también sé en mi corazón que él no se habría ido así sin más ni me habría dejado de escribir al menos alguna carta.

Desde ese día, la salud de los patrones se ha ido deteriorando cada vez más, lenta pero notoriamente. Ningún médico ha sabido dar con lo que tienen. Les han dicho que puede ser estrés, ansiedad, los han mandado con psicoanalistas, pero ellos ni locos irían. La gente dice, más bien, con su sabiduría popular e ingenua, que lo que les ha estado matando es la tristeza de haber perdido a su hijo tan amado. Mientras revuelvo pacientemente la comida que les preparo, siguiendo cuidadosamente las indicaciones de sus médicos y nutriólogos, y solo agregando algún ingrediente de mi propia cosecha –algo que traigo de mi pueblo–, pienso que hasta el día de hoy sigo sin saber si fueron ellos los que lo mataron a él, pero sí sé que fue él quien, lentamente, por intermediación de mi mano, los mató a ellos

dining table with plates and drinking glasses
dining table with plates and drinking glasses