“La terapia narrativa intenta ser una aproximación no culpabilizante…”
Comentarios sobre el libro "What is Narrative Therapy?" de Alice Morgan
Carlos Conde
8/7/20254 min read
El libro presenta una serie de planteamientos teóricos dirigidos al terapeuta que quiere aplicar esta disciplina a su práctica clínica, pero aquí me enfocaré más bien en la forma de usar el poder de la terapia narrativa en nosotros mismos, no como un sustituto de una terapia con algún profesional (eso nunca se puede sustituir), pero sí como una manera de complementar y potenciar el trabajo que se realiza en consultorio e, incluso, como una herramienta disponible para cuando, por razones de fuerza mayor, no sea posible acudir al profesional (y, en este caso, solo como una medida transitoria). Si bien me apoyaré en las notas de lectura del libro, también incluiré algunos comentarios que surgen de mi propia formación y experiencia desde el psicoanálisis, la filosofía y desde otros campos de los que he ido aprendiendo a lo largo de la vida y de mi práctica clínica.
El primer punto a destacar es lo que se refiere a intentar adoptar una aproximación no culpabilizante. Esto quiere decir que, en la medida de lo posible, no veamos con una lente de culpa ni a los demás ni a nosotros mismos ni a los sucesos que nos acontecieron ni a los actos que realizamos. Si bien se puede decir que hay personas y actos que dañan, es importante tratar de mantener una perspectiva de que no se hace ese daño intencionalmente, incluso aunque a veces así parezca, aunque la otra persona así lo diga o aunque nosotros creamos que así lo decidimos. Esto es todo un reto, porque en nuestra cultura estamos demasiado acostumbrados a culpabilizar y culpabilizarnos por todo. En vez de eso hay que intentar ver que nosotros y nuestros actos estamos profundamente influenciados y presionados por fuerzas –históricas, pulsionales, inconscientes, sociales, económicas, etcétera– que nos empujan con enorme y silencioso poder en ciertas direcciones.
La culpa no es una emoción humana básica; es una tecnología de control social creada y autoimpuesta por la humanidad misma, sobre todo en Occidente y desde hace algunos milenios. Reúne tristeza, enojo y miedo –que sí son emociones básicas– con la lógica de las diferencias de los tiempos verbales: es casi como si nos dijera que podemos viajar en el tiempo y cambiar lo que hicimos o que podíamos saber de antemano lo que sucedería en el futuro y por lo tanto debimos decidir mejor de lo que lo hicimos.
Claro que tenemos responsabilidad por los actos que cometemos, pero esa responsabilidad no es culpa; es más bien la obligación ética de intentar cambiar, de sanar, de modificar los rumbos dañinos y dolorosos que tomamos y reencauzarnos hacia otros más chidos.
Sócrates decía que el malo es malo por ignorancia, no por maldad. Un maestro budista explicaba esto con una analogía que me parece hermosa y útil: imagínate que estás parado en la esquina de una calle y de repente oyes pasos detrás de ti y sientes un golpe en tu pierna; en una primera reacción, te enojas por haber recibido un golpe que te causó dolor, incluso sin haber visto qué sucedió; volteas y te das cuenta de que es una persona ciega y de que te ha golpeado por accidente con su bastón de caminar; en ese momento, tu enojo se disipa y tal vez hasta te ofreces a ayudarle, puesto que el golpe que te dio, por doloroso que haya sido, no fue intencional, sino producto de su ceguera. En la vida, sucede lo mismo: lastimamos y somos lastimados por otros, porque estamos metafóricamente ciegos. Otra analogía de otro maestro budista ejemplifica que estamos tan dañados que no podemos evitar dañar: es como si fuéramos una cubeta en que la se ha vertido mucho dolor, odio, violencia, resentimiento, crueldad, que provienen del pasado; esa cubeta eventualmente se llenará y se derramará, salpicando así, en mayor o menor medida, a la gente a nuestro alrededor. Nuestra responsabilidad empieza, y termina, en hacer todo lo posible por cambiar esas corrientes de dolor y violencia que recibimos. Y un imprescindible primer paso para ello es sanar y modificar, en nosotros y en otros y en la sociedad, la lógica de la culpa.
Obviamente, no es fácil; se va logrando con el trabajo mismo, pero podríamos decir que es tanto punto de partida como forma de viajar. Hay que intentarlo lo más posible desde el inicio e irlo fortaleciendo conforme se avanza.
A la hora de escribir, es importante considerar que todo es ficción. No es realidad. Por lo tanto, no tenemos por qué coartar nuestra forma de expresar lo que necesitamos. Al escribir no estamos causando daño a nadie, incluso aunque lo que escribimos sea violento, cruel, terrorífico. Claro que tenemos una responsabilidad por los efectos que nuestros escritos puedan generar y, por ello, tenemos que reflexionar mucho y cuidar mucho lo que publicamos, pero lo que escribimos para consumo personal y para uso terapéutico no le hace daño a nadie y sí nos puede hacer mucho bien a nosotros mismos. Es cierto que un texto puede causar mucho bien o mucho daño al ser expuesto a personas sensibles a dichas influencias; por eso hay que ser muy cuidadosos al decidir publicar. También es cierto que lo que escribimos, al igual que lo que hablamos en terapia o en cualquier otro ámbito apropiado, disipa algo de la energía que traemos acumulada. Así, es más improbable que se realice un acto, puesto que la energía se ha liberado, al menos en parte. A veces se dice que lo que se habla en terapia no se realiza en la vida. No es una regla absoluta, pero sí es una descripción adecuada de parte de la potencia de la terapia.
Asimismo, a la hora de leer lo que escribimos tampoco hay que juzgar desde una perspectiva culpabilizante, sino que más bien hay que analizar los elementos que aparecen en el texto y las situaciones que suceden, ya que, de alguna manera, están representando algo de nosotros mismos. Se ha dicho que todo lo que aparece y sucede en un sueño es un reflejo de nosotros mismos, de partes de nosotros mismos y de nuestra vida. Creo que algo similar se puede decir de lo que escribimos: todos nuestros personajes y las situaciones que plasmamos, de alguna manera representan algo de nosotros, aunque sea de una forma muy desfigurada y modificada por el trabajo de creación y corrección literaria. Analizar nuestros textos, entonces, es tratar de descubrir aquello que nuestra mente inconsciente plasmó ahí y descubrir así cosas que no sabíamos o habíamos olvidado de nosotros mismos y que, a partir de ahí, podemos sanar. Si nos reprimimos al escribir y nos culpabilizamos al leernos, entonces es mucho más difícil que la potencia sanadora de la escritura narrativa alcance su total eficacia.