Bella durmiente
Carlos Conde
9/11/20255 min read
Bella durmiente
Despierta, me dices con tu voz más encantadora.
Despierto, pero no abro los ojos. Recuerdo todo tal como pasó anoche y, sin embargo, algo se siente muy diferente en mí, en mi cuerpo y en mi mente.
Lentamente, caigo en cuenta.
Sucedió.
No pensé que te atreverías a ello, a la violación máxima... o, tal vez mejor dicho, sabía que te atreverías pero mantenía una pequeña esperanza.
A final de cuentas, eres un genio y tienes los recursos: era cuestión de tiempo para que tú o alguien parecido lograra este avance tecnológico definitivo. Aposté por ti. Muy avanzado intelectualmente, pero tan retrógrado como todos: fue la conjunción de la persona y el momento idóneos.
Sabía que si te lo pedía, no lo harías. Sospecharías de mí, de mis intenciones, y con razón. Así que concebí otro camino. Primero, claro, intenté que nuestra relación funcionara bien; amor no faltaba ni buena voluntad ni esfuerzo, pero había algo que nos impedía ir más allá, tal vez era tu necesidad de ser el más inteligente siempre, de tener la razón, de tener el control, no lo sé; en todo caso, llegó el momento en que se hizo evidente que lo nuestro siempre sería un pequeño infierno, con algunas alegrías pero doloroso en general. Fue entonces cuando pasé a ejecutar el plan: esperé el momento adecuado, aquella noche en que perdiste los estribos y me golpeaste y abusaste de mí, alcoholizado; algo que, por lo demás, hacen todos los hombres. Después de eso, empecé a dejarme hundir en la melancolía, el dolor, el resentimiento, mientras tú también seguías el guión a conciencia, aunque sin saberlo, sin darte cuenta, y te hundías en la culpa, en mayor violencia cada vez. Yo no te reclamaba, no te decía nada, pero podías notar cómo mi alma se iba obscureciendo. (Confieso que era difícil, mucho, sostener esa imagen, no porque estuviera fingiendo –eso no habría dado resultado–, sino porque era verdad, era la forma en que podía expresar toda la rabia, la frustración, el odio que se había ido acumulando en mí a lo largo de toda mi vida, y tal vez hasta estuviera expresando toda la rabia, la frustración y el odio de muchas generaciones de mujeres antes de mí; todo era real, pero al mismo tiempo era una actuación, porque en el fondo de mí preservaba lo más importante de todo, la determinación de sobrevivirte, a ti y a todos los hombres y a este mundo, la voluntad de jugar con las cartas malas que me habían tocado y sacar el mayor provecho posible.) Finalmente, después de un largo rato de girar en esa espiral descendente, llegaste a la conclusión, a la decisión que yo deseaba; lo noté claramente por el renovado aire de esperanza que te rodeaba. Me desconcertó, pero no tuve que fingir el miedo porque efectivamente había peligro… peligro de que tu plan fuera distinto al que yo deseaba, de que terminara más aprisionada todavía, de que más bien hubieras decidido librarte de mí, cosas que habrías podido hacer con relativa facilidad y total impunidad, pero no, todo salió tal y como lo había previsto y nos trajo hasta este momento.
Es cierto que mucho de lo que pasó en realidad no lo recuerdo. Me explico: eso no había sucedido en el momento que decidiste utilizar uno de mis respaldos para la restauración de mi ser en este nuevo cuerpo, creado artificialmente con una mezcla de biología y robótica. Sabía que realizabas respaldos periódicos de mi mente casi desde el inicio de la relación, durante esas supuestas sesiones de curación en la cápsula que creaste y que patentaste y que era la fuente de mucha de tu riqueza; el tratamiento era real pero habías añadido otra función, previsor como eres. Sabía también que trabajabas en un nuevo proyecto y no fue difícil deducir de qué se trataba. Todo lo demás me lo contabas a detalle, y hasta escuchabas las ideas y sugerencias que te hacía, siempre y cuando las disfrazara de ideas simples para que no sospecharas de mi inteligencia y te sintieras amenazado, pero de este no me dijiste nada, así que debía ser algo vergonzoso para ti, algo que no podías contarme. Entonces, simplemente, tomaste el respaldo de mi mente correspondiente a la fecha anterior más cercana a aquel momento terrible. ¿Cómo sé que sucedió?, porque lo había imaginado, visualizado hacia el futuro muchas veces como parte de la planeación en mi mente, porque conocía a fondo tus tendencias, tus reacciones, tus formas de pensar, porque sabía que cuando sucediera yo no lo recordaría, puesto que mi memoria posterior se habría perdido al restaurarme tú en un momento previo –ya después veré dónde están las grabaciones de mis recuerdos posteriores perdidos y los recuperaré, y si los destruiste pues no será una pérdida demasiado grave, tal vez hasta me salvaste de mucho dolor, pero no, no creo que te hayas deshecho de ellos; eres demasiado obsesivo.
La señal de que el plan habría tenido éxito sería justamente esto que siento ahora; bueno, no sabía exactamente cómo se sentiría pero sí que sería algo inconfundible, una sensación de estar en un cuerpo extraño, en una mente tan diferente que no habría forma de equivocarse. Y aquí estoy.
Mi cuerpo es distinto, lo percibo con cada latido de mi corazón, en cada respiración; mi mente también, lo noto con cada pensamiento, con cada idea que la recorre; mis emociones son diferentes, más precisas, diría yo, menos poderosas a la hora de avasallar mi inteligencia, que si bien siempre fue brillante –al menos tanto como la tuya–, ahora puede correr, volar en una embriagadora sensación de falta de límites. Sé que es engañosa: siempre los hay, pero siento que todo fluye mucho más suave en mi pensamiento, mucho más expandido.
Ahora viene la parte más delicada: fingir extrañeza, ingenuidad, pretender que no sé bien qué pasó pero que me siento rara, mientras me aseguro de poder liberarme de cualquier restricción que me hayas puesto, a nivel de mi cuerpo, de mi hardware o incluso a nivel de mi programación. Después haré lo que tenga que hacer.
Los hombres siempre han creído que pueden hacer con nuestros cuerpos, con nosotras, lo que se les pegue la gana; siempre han soñado amoldarnos a sus deseos, hacernos complacientes y controlables. Nunca han aprendido a respetar nuestra libertad, nuestra palabra. Bueno, es una guerra en la que hemos aprendido a sobrevivir y a cultivar nuestra determinación y nuestra capacidad de esperar, y que tal vez está a punto de llegar a su fin. Al menos, así lo es para ti y para mí. Sé que será fácil engañarte, porque quieres creer, porque crees demasiado, no en mí sino en tu propia genialidad, tanto que ni siquiera concibes el dudar de ti. Ahí yace la semilla de tu derrota.
Por fin, abro los ojos, te miro con mirada llena de amor y también de desconcierto: “no sé por qué, pero me siento rara…”